Un autor completamente desconocido se ha convertido en uno de los más gratos descubrimientos que he leído últimamente. Intemperie relata la huida de un niño en mitad de la noche, a la vez que un grupo de hombres del lugar organiza una intensa batida para lograr encontrarlo. Este es el arranque de la novela de Jesús Carrasco, un pacense que con gran tino y una agudeza impresionante mantiene en vilo durante toda la historia al lector.
En su huída, un humilde y silencioso cabrero jugará un papel clave en esta historia de supervivencia, de fuerza y de flaqueza, de cansancio extremo, de sol y páramos, de cabras, asnos y otras bestias.
El autor es capaz de detener el tiempo en su narración y contar una historia en la que en todo momento abraza al lector hasta generar una complicidad en la huida con el joven sin importar de qué estás huyendo realmente (es algo que no se aclara hasta el final). El autor no da tregua para que el lector cuestione la escapada y eso hace que la experiencia sea más vívida.
Además de quedar fascinado por la manera de narrar, impresiona la precisión con la que califica, describe, siente y hace sentir el medio rural. En todo momento te atrapa la certeza de que quien corre eres tú, quien se esconde, siente el calor, se asfixia o queda petrificado por el miedo eres tú. La árida plasticidad de su lenguaje traspasa las páginas que lees y, sin duda, transforma la lectura en toda una experiencia en la que lo único que deseas es que esa lucha hacia delante tenga éxito.
Con el paso de las páginas ese deseo crece, pero se frustra y no cesa la lucha. Con esos traspiés vemos cómo la vida se abre paso y se impone la realidad, la crudeza del campo, los instintos en carne viva y la lucha por la supervivencia.
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